En este momento en el que 90 países
están en situación de confinamiento, 4000 millones de personas se refugian en
casa ante el contagio mundial del COVID-19. Se trata de una medida de
protección, pero conlleva otro peligro mortal. Vemos cómo aumenta otra pandemia
en la sombra: la violencia contra las mujeres.
A medida que los
países informan sobre la infección y el confinamiento, cada vez son más las
líneas de atención y los refugios para la violencia doméstica de todo el mundo
que notifican un incremento de llamadas en busca de ayuda. En Argentina,
Canadá, Francia, Alemania, España, Reino Unido y los Estados Unidos, las
autoridades gubernamentales, las personas que defienden los derechos de las
mujeres y aliados de la sociedad civil han señalado un aumento de las denuncias
de violencia doméstica durante la crisis y mayor necesidad de protección de
emergencia. Las líneas de atención de Singapur y Chipre han registrado un
aumento de las llamadas de más del 30 por ciento. En Australia, el 40 por
ciento de quienes trabajan en primera línea comunicó en una encuesta realizada
en Nueva Gales del Sur un incremento de las peticiones de ayuda como
consecuencia de una escalada en la intensidad de la violencia.
El confinamiento aviva la tensión y el
estrés generados por preocupaciones relacionadas con la seguridad, la salud y
el dinero. Asimismo, refuerza el aislamiento de las mujeres que tienen
compañeros violentos, separándolas de las personas y los recursos que mejor
pueden ayudarlas. Es la situación perfecta para ejercer un comportamiento
controlador y violento en el hogar. De forma paralela, al tiempo que los
sistemas sanitarios se esfuerzan al límite, los refugios para la violencia
doméstica alcanzan también su máxima capacidad, agravándose el déficit de
servicio al readaptar dichos centros a fin de ofrecer una respuesta adicional
al COVID.
Incluso antes de que existiera el
COVID-19, la violencia doméstica ya era una de las violaciones de los derechos
humanos más flagrantes. En los últimos 12 meses, 243 millones de mujeres y
niñas (de edades entre 15 y 49 años) de todo el mundo han sufrido violencia
sexual o física por parte de un compañero sentimental. Y, con el avance de la
pandemia del COVID-19, es probable que esta cifra crezca con múltiples efectos
en el bienestar de las mujeres, su salud sexual y reproductiva, su salud mental
y su capacidad de liderar la recuperación de nuestras sociedades y economías, y
de participar en ella.
Tradicionalmente, los bajos índices de
denuncia generalizados respecto a la violencia doméstica y de otro tipo han
dificultado las medidas de respuesta y la recopilación de datos. De hecho,
menos del 40 por ciento de las mujeres que sufren violencia buscan ayuda de
algún tipo o denuncian el delito. Menos del 10 por ciento de estas mujeres que
buscan ayuda recurren a la policía. Las circunstancias actuales complican
todavía más la posibilidad de denunciar, lo cual incluye las limitaciones de
las mujeres y las niñas para acceder a teléfonos y líneas de atención y la
alteración de servicios públicos como la policía, la justicia y los servicios
sociales. Es posible que dicha alteración también ponga en riesgo la atención y
el apoyo que necesitan las sobrevivientes, como la gestión clínica de las
violaciones, y el apoyo psicosocial y para la salud mental. Además, se
fortalece la impunidad de los agresores. En muchos países la ley no está de
parte de las mujeres; uno de cuatro países no tiene leyes que protejan específicamente
a las mujeres contra la violencia doméstica.
Si no se aborda debidamente, esta
pandemia en la sombra se añadirá al impacto económico del COVID-19. En el
pasado, el costo mundial de la violencia contra las mujeres se ha estimado en
aproximadamente 1,5 billones de dólares estadounidenses. Esta cifra sólo puede
aumentar en este momento que crece la violencia, y seguir aumentando una vez
superada la pandemia.
El aumento de la violencia contra las
mujeres se debe solucionar de manera urgente con medidas integradas en el apoyo
económico y paquetes de estímulo acordes con la gravedad y la magnitud del reto
que reflejen las necesidades de las mujeres que se enfrentan a diversas formas
de discriminación. El Secretario General de las Naciones Unidas ha instado a
todos los gobiernos a que hagan de la prevención y la gestión de la violencia
contra las mujeres una parte fundamental de sus planes de respuesta nacionales
ante el COVID-19. Los refugios y las líneas de atención para las mujeres se
deben considerar como un servicio esencial en todos los países, y deben contar
con financiación específica y amplios esfuerzos destinados a mejorar la
difusión de su disponibilidad.
Las comunidades y las organizaciones de
base y de defensa de las mujeres han sido clave a la hora de prevenir y
acometer crisis anteriores, y la función que actualmente desempeñan en primera
línea debe respaldarse con financiación que se mantenga a más largo plazo. Se
deben potenciar las líneas de atención, el apoyo psicosocial y el asesoramiento
en línea, empleando soluciones tecnológicas como, por ejemplo, los SMS,
herramientas y redes digitales para ampliar el apoyo social y llegar a las
mujeres que no tienen acceso a teléfonos o Internet. Los servicios policiales y
judiciales se deben movilizar a fin de garantizar que se otorgue la mayor
prioridad a los incidentes de violencia contra las mujeres y las niñas,
evitando que los agresores queden impunes. También el sector privado tiene un
papel importante que desempeñar, ya que puede compartir información, alertar al
personal de hechos y peligros relacionados con la violencia doméstica y
fomentar iniciativas positivas como el reparto de tareas de cuidado en casa.
El COVID-19 ya nos está poniendo a
prueba de maneras que la mayoría de personas nunca habíamos experimentado con
anterioridad. Provoca tensiones emocionales y económicas que nos esforzamos por
combatir. La violencia que actualmente aparece como una mancha negra de esta
pandemia es un reflejo de nuestros valores, nuestra resiliencia y nuestra
humanidad compartida, que se ven ahora amenazados. Nuestro empeño no debe
consistir únicamente en sobrevivir al coronavirus. Debemos renacer de esta
crisis con mujeres fuertes, que ocupen el centro mismo de la recuperación.