María Clara Ospina
La violencia
contra la mujer, joven, niña, anciana, todas ellas, no importa su edad ni su
estatuto social, pues ningún grupo escapa, ha venido en aumento en los años
recientes. Para empeorar la situación, la pandemia actual ha disparado dicha
violencia.
La cuarentena
obligatoria a la cual nos hemos visto sometidos, el estrés de la pérdida del
empleo, la perspectiva de un futuro incierto y, sobre todo, la diaria y
estrecha convivencia familiar obligatoria, por meses y meses, es, en muchos
casos, la mecha encendida que hace estallar la violencia interfamiliar.
Pero, en
general, el ambiente esta maleado. El último caso, el ataque a la niña de la
tribu embera en el sur del país, secuestrada y violada por una “jauría” de
animales rabiosos, porque no hay otra manera de denominar el asalto sexual de
siete soldados contra una menor de 13 años, debe despertar a un país y a un
continente que no parecen tomar estos crímenes en serio.
El machismo e
indiferencia que impera en Colombia y en la mayor parte del mundo, es un
remanente de siglos y siglos de silencio e impunidad hacia los crímenes
cometidos contra las mujeres.
Esa malditas
tradiciones inscritas en las raíces de nuestras culturas, esa repetición de:
“ella me incito a hacerlo”; “prefiero matarla a verla con otro”; “ella se lo
ganó por puta”; “ella me pertenece y hago con ella lo que me venga en gana”;
“yo no hice nada malo porque “eso” es lo que les gusta”; todas esas sucias
practicas existentes en el imaginario masculino, están vigentes y no han podido
ser erradicadas; a pesar de la existencia de leyes que, poco a poco y con
gran esfuerzo, se han ido consagrando en los sistemas judiciales mundiales para
proteger la vida, la integridad física y psicológica de la mujer desde su
nacimiento hasta su muerte.
Es tan grave la
criminalidad contra la mujer en este momento, que ya se la llama: “Pandemia de
feminicidios” (El Tiempo, 06/23/ 20). Se afirma en dicho artículo que en
Colombia 99 mujeres fueron asesinadas en el primer semestre del año,
incluyendo: incineración, empalamiento y descuartizamiento, además de abuso
sexual, tortura, sometimiento y terror psicológico.
Estos números
son, indudablemente, inferiores a la realidad porque, muchos casos no son
reportados ni conocidos por las autoridades. Carlos Negret, Defensor del
Pueblo, expresó su preocupación por el actual aumento de las violencias contra
la mujer: “No podemos dejar que la pandemia las invisibilice”.
Para muchas
asociaciones defensoras de la mujer es indispensable que se dé mayor y más
rápida protección a las mujeres cuando denuncian amenazas, ya sean las que se
dan dentro de la familia, o aquellas que ocurren contra líderes en sus
comunidades; ellas, otro grupo altamente afectado por desapariciones y
feminicidios.
En el caso de la
niña embera, los militares rápidamente identificaron a los culpables
poniéndolos a la disposición de la justicia. Lo inaceptable es que la Fiscalía
les haya imputado cargo de acceso carnal abusivo en vez
de acceso carnal violento. Perecería un torpe intento de disminuir
el crimen.
Recientemente,
presencie el México las más grandes manifestaciones en contra de la violencia
contra la mujer. Al grito “las queremos vivas” se une Colombia y el Continente.
¡No más impunidad, no más muertes, no más mujeres destruidas!