Por Pablo
Rodríguez Jiménez
Profesor
de la Universidad Nacional de Colombia y de la Universidad Externado de
Colombia.
La
independencia fue un proceso que terminó arrastrando consigo a toda la
sociedad. Dividida en bandos, las mayorías terminaron apoyando a los patriotas.
Si en sus inicios la independencia estuvo conformada principalmente por hechos
políticos llenos de simbolismo y, en todo caso, sin mayor violencia, en su
desarrollo estalló una guerra que se prolongaría por muchos años. Decidida por
la guerra y la confrontación militar, la independencia entronizó al estamento
militar. El grupo exaltado por la literatura histórica de los siglos XIX y XX
fue el de los victoriosos próceres y héroes. Pero en dicho panteón se hacía muy
poco reconocimiento a grupos como el de las mujeres. La presencia de las
mujeres no sólo fue numerosa y notable en las distintas fases de la
independencia, sino que se dio a través de muy diversas maneras. Conformaron la
multitud que en las jornadas del 20 de julio reclamó la creación de la junta,
apoyaron a uno u otro bando en la llamada “patria boba” y bajo el régimen del
terror instaurado por Pablo Morillo se sumaron decididamente a la causa
patriota.
Pero
conviene tener presente que a finales del siglo XVIII en Santafé un grupo de
mujeres participaba del movimiento ilustrado. Francisca Prieto Ricaurte, esposa
de Camilo Torres, Catalina Tejada y Andrea Ricaurte de Lozano auspiciaron
tertulias y reuniones literarias que fueron simiente de los nuevos ideales. Las
tertulias literarias eran reuniones a las que se asistía con invitación, se
disfrutaba un chocolate y se comentaban obras de diverso género. Pero parte
importante de las tertulias era comentar las noticias sobre los acontecimientos
europeos, de Hispanoamérica y, por supuesto, de la política local.
Todos
los indicios sugieren que el movimiento del 20 de julio fue concertado y los
distintos grupos que actuaron estaban informados. Lo mismo debió ocurrir con
muchas mujeres. De hecho, los cronistas han comentado el elevado número de
mujeres que participaron en los ataques a las casas de los oidores y que
después se concentraron en la plaza. Mujeres del pueblo, especialmente
vendedoras de la plaza. Aunque con seguridad, allí estaban entre ellas Melchora
Nieto y Francisca Guerra, propietaria de un almacén la primera y de una tienda
la segunda. En aquellos días la ciudad se paralizó y de los pueblos vecinos
arribaron delegaciones a sumarse a la protesta. De los dramáticos momentos que
se vivieron el día 22, cuando se rumoró un despliegue militar contra el
cabildo, quedaron testimonios de la valerosa participación femenina. En un
hecho registrado por distintos medios, una madre habría dicho a su hijo: “Ve tú
a morir con los hombres mientras que nosotras (hablando con las demás mujeres)
avanzamos a la Artillería y recibimos la primera descarga, y entonces vosotros
los hombre pasaréis por encima de nuestros cadáveres, cogeréis la artillería y
salvaréis la patria”. En otro caso, una mujer que era mandada a abrir paso por
un patriota con espada en mano, dijo ofuscada: “¿La piedra que yo lance no hará
tanto efecto como sus golpes?” Y se mantuvo firme en el puesto. Tiempo después,
los redactores del Diario Político de Santafé se preguntarían el
nombre de aquellas valerosas heroínas. Pues según dijeron: “Bien merecían pasar
a la historia”. Fue también en estas jornadas que la maestra Bárbara Forero dio
un encendido discurso a un grupo de mujeres en la plaza. Pero en aquella gesta
también fue decisiva la participación de un grupo de señoras de sociedad. Entre
ellas sobresalieron Petronila Nava, Josefa Baraya, Petronila Lozano, Gabriela
Barriga, Carmen Rodríguez, Eusebia Caicedo, Josefa Santamaría, María Acuña,
Josefa Lizarralde y Juana Robledo.
Un
episodio que nos permite observar la diversa participación femenina en este
proceso fue el que ocurrió el 13 de agosto de 1810. Ese día un grupo de
mujeres, que tal vez alcanzaba a 600, arremetió contra el convento de La
Enseñanza , donde se encontraba la virreina. Tras sacarla de allí, la
condujeron a la cárcel del Divorcio, mientras le gritaban improperios, le
rasgaban el vestido y lanzaban escupitajos. Este hecho llenó de indignación a
las autoridades y a la gente de la alta sociedad, que veían con escándalo cómo
se había sometido a los virreyes a un trato tan bajo y se los había recluido en
cárceles. A la mañana siguiente la nobleza local, la jerarquía eclesiástica y
distintas damas rescataron a la virreina de la cárcel y la llevaron de nuevo al
Palacio. Se dice que entre éstas estuvieron Francisca Prieto de Torres,
Magdalena Ortega de Nariño, Rafaela Isasi de Lozano, Mariana Mendoza de Sanz de
Santamaría y la marquesa de San Jorge1. Este comportamiento fue censurado por los
líderes del movimiento emancipador como propio de la plebe. Pero, ¿por qué las
mujeres del pueblo odiaban tanto a la virreina? De ella se ha dicho que
dominaba a su marido, que tenía una afición irrefrenable por el dinero y que
controlaba las tiendas y la venta de víveres. Razones suficientes para que la
virreina doña Francisca Villanova despertara tanta animosidad entre las mujeres
que vivían de sus ventas en la plaza o que tenían pequeñas tiendas en la
ciudad.
Tras
el 20 de julio la sociedad neogranadina se colmó de fervor y en todas partes se
pronunciaba la palabra libertad con alegría. Los enfrentamientos civiles en que
se enfrascaron los notables de la república contaron con la asistencia
femenina. Aunque en ocasiones fue más simbólica, como cuando Mercedes Nariño
vestida de militar disparaba los primeros cañonazos de las batallas que dirigía
su padre. Sin embargo, fue con la reconquista que el compromiso y la
participación de las mujeres se desplegaron en toda su dimensión. Como dijo
Aída Martínez, “con la reconquista de 1816 la mujer colombiana alcanzó su mayoría
de edad”2. Bien por conciencia, por rabia, por venganza
o por lealtad familiar, las mujeres colombianas se incorporaron a la lucha por
la emancipación. Las hubo que contravinieron la prohibición de aceptar mujeres
en las filas de los ejércitos. Ocultas en un uniforme de soldado marcharon al
frente de batalla. En la propia batalla de Boyacá hubo mujeres que tomaron el
fusil. Evangelista Tamayo fue una de ellas. Nacida en Tunja, luchó en Boyacá
bajo el mando de Bolívar, alcanzó el rango de capitán y murió en Coro en 1821.
Un reconocimiento especial por parte del Libertador lo recibieron las mujeres
de Socorro por su vigorosa lucha. Declaración que dejó asentada Bolívar en los
propios libros del Cabildo de aquella ciudad. Pero la mayor contribución de las
mujeres a la causa libertadora la dieron asistiendo a los heridos de las
batallas, ofreciendo información sobre los movimientos de las tropas enemigas,
ocultando en sus casas patriotas perseguidos, confeccionando uniformes y
banderas para los ejércitos, y brindando comida a los batallones. Muchas
también dieron muestra de su apoyo a los patriotas entregando sus ahorros, sus
joyas, ganado y esclavos. Aunque algunas, casi con devoción, entregaron sus
hijos para que se sumaran a los ejércitos.
En
distintas regiones de Hispanoamérica las mujeres conformaron auténticas redes
de espionaje en favor de los patriotas. Por el acceso que tenían a reuniones
sociales, por la libertad con que se movían en la ciudad o por que tenían
amistad con algún militar realista, las mujeres ofrecieron información decisiva
para la consecución de los triunfos militares. Haciendo de correos, las mujeres
portaban papeles con instrucciones para los comandantes de los ejércitos
patriotas, bien los llevaban envueltos en cigarros o cosidos en sus faldas.
Confundidos los militares realistas por las derrotas que les propinaban los
patriotas, declararon una guerra a muerte contra todo el que auxiliara a los
rebeldes. Bajo el régimen del terror innumerables mujeres fueron acusadas y
castigadas por su apoyo a la causa patriota. O también fueron perseguidas por
ser madres, esposas o hijas de patriotas reconocidos. La confiscación de los
bienes, el destierro y la humillación fueron castigos sufridos por las mujeres
patriotas con mucha frecuencia.
Sin
embargo, uno de los rasgos más violentos de la guerra de independencia fue el
sacrificio de las mujeres patriotas. Desde 1813 los comandantes realistas las
condenaron a la pena capital con el propósito de amedrentar a la población.
Tanto en las capitales como en las pequeñas poblaciones fueron levantados
patíbulos para ejecutarlas. En la iconografía de la época sobresale la
ejecución de una de las más valerosas heroínas: la joven Policarpa
Salavarrieta, la Pola. Acusada de espía y conspiradora, el 14 de noviembre de
1817 fue fusilada en Bogotá, con los ojos vendados y de espalda3. Sin embargo, distintos historiadores han
intentado calcular cuántas mujeres fueron fusiladas durante la independencia,
sin lograr una cifra definitiva. Se estima que al menos 59 mujeres fueron
ejecutadas por pelotones de fusilamiento. Mujeres que pertenecían a los
distintos grupos sociales y étnicos de la sociedad. Entre ellas cabe nombrar a
la nortesantandereana Mercedes Ábrego, que fue fusilada por haber confeccionado
un fino traje para el Libertador; a Dorotea Castro, que fue fusilada en Palmira
junto a su esclava Josefa por auxiliar con hombres, caballos y armas a los
patriotas; a la española María Josefa Lizarralde, muerta en Zipaquirá en 1816
por sobornar a los guardias de la cárcel; a Estefanía Neira de Eslava, fusilada
en Sogamoso por haber aconsejado a su esposo que se uniera a los patriotas; a
Manuela Uscátegui, ajusticiada en 1818 por negarse a revelar el lugar donde se
refugiaba un grupo de patriotas. Tal parecería que la guerra cobró su rostro
más feroz en las regiones de las confrontaciones: los santanderes, Boyacá,
Cundinamarca, Bogotá y el Cauca. Pero probablemente no hubo región de Colombia
donde no se sentenció a hombres y mujeres patriotas con la pena capital.
Pero, cabe la pregunta en
este bicentenario: ¿Qué significó la independencia para las mujeres de la
época? Fue la ocasión de incorporarse y participar con especial protagonismo de
un hecho decisivo de la historia. Si durante la época colonial las mujeres
vivían marginadas de lo que podríamos llamar los asuntos de la república, con
la independencia -para sorpresa de los patriotas- asumieron una posición de
vanguardia. De ellas, es cierto, no nos quedaron discursos o escritos que nos
revelaran un pensamiento político. Sólo nos queda, como un cuerpo mudo, la memoria
de su heroísmo y su sacrificio. La ironía de la historia está, en que pasada la
guerra, el republicanismo recluyó de nuevo a las mujeres en la casa, en lo
doméstico. Los ideales de libertad y de derechos, que en algún momento las
entusiasmaron, se olvidaron en el aletargado siglo XIX, sacudido por otras
guerras, que ya poco las convocaron.
Tomado
de la Revista Credencial Historia