Por Alberto Santofimio Botero
Solamente la fe religiosa, su especial devoción por la
ciudad donde nació, ha vivido y aspira a morir; un recio estoicimismo, una
orgullosa dignidad para enfrentar, en silencio, dificultades y dolores, le
han permitido a Aída Saavedra de García llegar al bello otoño de la
existencia, llevando en su corazón "todos los sueños intactos", como
lo dijo un día, con indiscutible acierto Alvaro Mutis.
A lo largo de la vida ha sido protagonista o testigo
excepcional de sucesos cosidos a la historia misma de Ibagué, del Conservatorio
de Música del Tolima, del desenvolvimiento de nuestro acaecer social
y cultural, del agitado discurrir político y administrativo, y sobre todo,
del devenir del periodismo que es, como la buena prosa una especie de
ventana abierta desde donde se mira el trajín del mundo, con
una óptica personal y propia. Es lo que algunos llaman hoy la
"literatura de la memoria".
Desde niña vivió intensamente, con particular
interés, la aventura periodística de su padre Floro Saavedra Espinosa,
fundador, con el abogado Juan María Arbeláez, en 1935, del semanario "El
Derecho" de reconocida influencia en el departamento del Tolima, y de
caracterizado talante conservador. Este periódico fue, sin embargo, una
tribuna libre, abierta a albergar las plumas más valiosas de estirpe liberal.
Bajo los auspicios pluralistas de Floro escribieron allí talentos
singulares del liberalismo tolimense como: Arturo Camacho Ramírez, Fidel
Peláez Trujillo, Alberto Santofimio Caicedo, Emilio Rico, Julio Galofre, Jorge
Alberto Lozano, Alberto Camacho Angarita, Julio Ernesto Salazar Trujillo, entre
otros.
La indiscutible calidad de los escritos de "El
derecho", que se leen con deleite rastreando modosamente la vieja
colección que las manos diligentes de Aida ha conservado por años, obedecía,
además del sello genuino y personal de sus autores, a un común denominador en
todos ellos: el purismo idiomático del que se preciaban aquellos escritores y
que fue posible gracias a los dictados del gran maestro de la lengua y
la gramática, en nuestro medio, Manuel Antonio Bonilla.
El con sus doctas enseñanzas construyó una
escuela del buen decir y del mejor escribir, que marcó una época y
que está reflejada en las páginas de El Derecho y en la determinante
influencia, que en ellos se percibe, de Rufino José Cuervo, de Miguel
Antonio Caro, de Marco Fidel Suarez, como insignes maestros del idioma común.
Las crónicas de Floro, con el pseudónimo de Armando Bueno, y los artículos de
Nicanor Velásquez Ortiz "Timoleón", cantor costumbrista, autor
del libro Rio y Pampa, un hito formidable de nuestra identidad regional,
así lo demuestran, de forma impecable.
Ya lo había dicho, certeramente, Cuervo en sus
conocidas "Apuntaciones":
"Nada, en nuestro sentir, simboliza tan
cumplidamente a la patria, como la lengua: en ella se encarna cuanto hay
de más dulce y caro para el individuo y la familia, desde la oración aprendida
del labio materno y los cuentos referidos al amor de la lumbre hasta la
desolación que traen la muerte de los padres y el apagamiento del
hogar."
El idioma, por encima de ideas políticas o creencias
religiosas o filosóficas, es el gran instrumento identificador de los
humanos. Así se practicó con tolerancia y civilización ejemplar, en
las páginas de "El Derecho", en aquellos años.
En prosa o en verso se expresó entonces una
valiosa generación de tolimenses auténticos, dejando un testimonio
trascendental que ha circulado de un siglo a otro, gracias a la tradición de
"El Derecho", como libérrimo y genuino espacio para la
divulgación del pensamiento plural de nuestra región.
Paradójicamente, y como inescapable vestigio de las
tantas violencias que nuestra tierra ha padecido, "El Derecho" fue víctima
de un inaudito atentado contra la libertad de expresión el 9 de abril de 1948,
en Ibagué. Mentes alucinadas, enfermas de un repugnante sectarismo que entonces
y después, tanto daño le hicieron a la concordia y la armonía entre las
gentes buenas de nuestra ciudad y que enfrentaron a su clase dirigente
política, atacaron la sede del periódico que estaba ubicado en la vieja
edificación contiguo al edificio donde funcionó por décadas El Directorio
Liberal del Tolima, y que hoy es oficina de la emisora "Ecos del
Combeima".
Aida rememora este episodio con evidente tristeza,
pero sin una brizna de rencor en su espíritu. Así también rastrea en su
memoria prodigiosa y los traslada a sus amenas charlas, escritos sobre el
pasado ibaguereño, sucesos y recuerdos que, con el correr de los
años, inestablemente se van convirtiendo en una especie de itinerario de
fuga de amores idos, proyectos frustrados, propósitos no logrados. La
visión perenne de amigos de los que solo quedan las amarillentas fotografías
en las páginas de los periódicos viejos o de los álbumes olvidados.
Las ruinas que la existencia va acumulando, movida por el inexorable
vendaval del tiempo. Todo, como lo cantó, con tono punzante de tragedia, el
poeta Eduardo Carranza, en su aleccionadora "Epístola Mortal".
Este invaluable patrimonio periodístico, histórico y literario ha sido el pan
cotidiano, el alimento intelectual del espíritu selecto de Aida. Ella ha
abrevado en esas fuentes puras, entrelazando, además, sus recuerdos más íntimos,
con el legado periodístico de su padre. Por esto, resulta complejo
evidenciar donde termina Floro y donde comienza Aida porque entre los dos
hay una compenetración, una comunión, indestructible, un estilo común que
los caracteriza y los afianza.
En estos escritos hay, también, la influencia
inescapable del amor a la ciudad; De unos tonos líricos que traducen esa
devoción prístina por la "Terra Patrum", de la que hablara,
refiriéndose también a Ibagué Juan Lozano y Lozano, uno de los más
grandes poetas y escritores del siglo anterior. La historia de nuestra
ciudad musical, que Aida ha acariciado con pasión indeficiente, inspira
arrolladura el enorme esfuerzo intelectual de su libro. Por que, además, ella,
al igual que su padre, dedicó registros enteros de su vida ha cuidar y
defender la obra del maestro Alberto Castilla, su Conservatorio y su sala de
conciertos, colaborándole generosa y desinteresadamente a Amina Melendro de
Pulecio en su acuciosa tarea, de tantos años.
Por eso evoca, con nostalgia, la época singular
de los "Coros del Tolima", errantes por América y Europa, con el
orgulloso mensaje de nuestra música autentica. Los tiempos memorables de la
dirección musical de los maestros Alfredo y Esquarcheta, Niño Bonavolontá, los
hermanos Chiochano, Vicente Sanchís, entre otros. Y Osear Buenaventura, como un
fantasma ¡ncomprendido dejando escapar el prodigioso mensaje de su
piano.
También en estos escritos intimistas que el lector
habrá de juzgar con benevolencia, esta presente la política. Llevando el
credo conservador en su alma, por herencia y por convicción, Aida no
sucumbió a las tentaciones electorales. Los jefes conservadores le
abrieron las posibilidades del concejo de Ibagué, La Asamblea del Tolima, o el
Congreso de la República. Ella, con desprendimiento y entusiasmo, les
colaboró a todos, sin escapar a los desengaños que tristemente lleva
implícita la actividad política donde se agigantan ambiciones, se eclipsan
virtudes y se cosechan innumerables ingratitudes y, en ocasiones, se exhibe la
más increíble degradación de la condición humana. Sin embargo, su paso por la
administración pública fue eficiente, activo, fecundo.
Ocupó algunas carteras en el gabinete
departamental y, por encargo, la Gobernación del Tolima. En estas
posiciones puso énfasis en el servicio social a la comunidad como lo había
hecho Floro, su padre, al frente de una gestión admirable en la gerencia de la
Beneficencia del Tolima en los años cincuenta del siglo pasado.
Por estas actividades administrativas y políticas, y,
desde luego, por la larga tradición periodística de sus propia casa Aída
cultivo amistades con la clase dirigente nacional de ese tiempo, con personajes
como Darío Echandia, Mariano Ospina Pérez, Bertha Hernández de Ospina,
Alvaro Gómez Hurtado, Guillermo León Valencia, Misael Pastrana Borrero, Alfonso
Palacio Rudas, Rafael Parga Cortes, ente otros. De igual manera, es devota
de la obra evangelizadora y el rastro social y progresista de jerarcas de
la Iglesia Católica, como Monseñor Pedro María Rodríguez Andrade,
esclarecido obispo de la Diócesis de Ibagué, fundador del Colegio Tolimense, El
Seminario Conciliar, La Iglesia de Belén, entre muchas realizaciones
fundamentales.
El maestro George Orwel, dueño de una insobornable
honestidad intelectual, que le hacia aparecer, a veces, inhumano, según
otro grande escritor Arthur Koestler, afirmó en un ensayo esencial que
"escribir un libro es un combate horroroso y agotador como si fuese un
brote prolongado de una dolorosa enfermedad. Nadie emprendería semejante empeño
si no le impulsara una suerte de demonio al cual no puede resistirse ni
tampoco tratar de entender."
Antonio Muñoz Molina, uno de los más grandes
escritores españoles contemporáneos, al que admiro profundamente,
afirmó en un ensayo reciente: "He aprendido que escribir es empeñarse
y es dejarse llevar en la misma medida en que es contar algo que se sabe y
también aventurarse en lo que no se sabe y no habrá manera de que llegue
a saberse si no es mediante la escritura misma."
Conforme a los anteriores sabios pensamientos mi
entrañable amiga Aída Saavedra de García, resolvió no dejar este mundo sin
publicar un conjunto de emociones muy íntimas y recuerdos dispares.
Venciendo su proverbial sencillez ha querido dejar orgullosa la bella herencia
de su particular paso por la vida, de la aguda mirada crítica con la cual
ha observado el discurrir de su tiempo. Por eso, se impulso, con arrojo,
obedeciendo solo el mandato de su voz interior, a entonar convencida
el himno de su música secreta y compartirlo con el futuro y desconocido universo
de lectores, especialmente los de su tierra del Tolima. Ella ha convertido las
páginas que siguen en el motor y en la razón suprema de su camino final,
en su admirable obsesión intelectual.
Darío Jiménez, nuestro formidable Maestro de la
Pintura, solía llamarla, con cariño, "La Celeste Aída". Lástima
grande que la inspiración bohemia y la admiración por la figura juvenil de
Aída, no las hubiera plasmado en el lienzo con el maravilloso tono de su obra
alucinada.
Escribiendo estas letras evoco el culto a la poesía
que compartimos siempre con Aida. Siento aún el eco de nuestro coro con
Jaime Polanco Urueña, el amigo inmemorable de los dos, recitando el soneto
"Pour Helené" de Pierre de Ronsard, impecablemente traducido por
Andrés Holguín para su insuperable libro "Antología de la Poesía
Francesa".
Pienso, en Aida, y la imagino en su actual apartamento
del Barrio la Pola, recordando la amplia y acogedora casa de infancia, en
el Parque Murillo Toro, con su patio lleno de flores, y viendo ahora,
desde su ventana un atardecer Ibaguereño de soles esquivos y ocobos enhiestos.
Suspirará, escrutando el pasado de la Ibagué de
sus más íntimas devociones, preocupada por su futuro incierto y
repitiendo, de golpe, otro de los poemas que tantas veces suscitaron
nuestra melancolía, en noches estrelladas de cálida bohemia intelectual. Este
de Juan Ramón Jiménez, cumbre de la Poesía Española:
"Y yo me iré y se quedaran los pájaros
cantando. Se morirán aquellos que me amaron y el pueblo se hará nuevo
cada año.
Y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará nostálgico."
Bien lo había dicho Edmond Burke, en su juicio sobre
la Revolución Francesa: "La sociedad es una comunidad no solo de vivos, si
no que también forman parte de ella los muertos y los que aún no han
nacido".
Inevitablemente, Aida, al borde de las lágrimas,
advertirá, entre las sombras, las figuras de sus padres, su esposo, sus
hermanos, tantos amigos fraternos, todos desaparecidos.
Con las licencias que la poesía y la ficción nos
deparan a los escritores libres, pienso, interpretando, en la mejor
síntesis, a cuantos queremos y admiramos a la autora de estas páginas
selectas, que sencillamente y sin más adornos, estamos presenciando asombrados,
con el fondo de la música de Giuseppe Verdi: "La marcha triunfal de
Aida", en sus años dorados cruzando ahora por el portal de la memoria
entre un bosque de flores, presencias y olvidos.
Villa de Leyva, "La Querencia", Marzo 18 de
2011
