20.5.22

Construir la paz en Colombia, proyecto a proyecto


Paz y seguridad

Tras el acuerdo de paz firmado en 2016 entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el gobierno, un grupo de excombatientes se asentó en la zona montañosa del norte del país. Ahora, hacen un repaso a los cinco años de paz y su reincorporación en un lugar conocido como Tierra Grata.

En la Serranía del Perijá, en el norte rural montañoso de Colombia, se reúnen alrededor de una olla al fuego un centenar de personas que en otros tiempos estuvieron alejados por la guerra.

Excombatientes del grupo rebelde Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), sus familias y habitantes de la zona, así como soldados del Ejército Nacional de Colombia, conviven ahora al borde de un precipicio. Cargan tuberías de tres pulgadas de diámetro a lo largo de casi nueve kilómetros de terreno escarpado, como parte de la labor que llevan a cabo juntos en un proyecto para mejorar el suministro de agua apoyado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

Les llevó meses de duro trabajo levantar la canalización, colocarla en su sitio, enterrarla y conectarla a un río local que proporciona un suministro fiable de agua.

"Lo más bonito que recuerdo es que las instituciones y las personas que no nos podíamos ver antes, por la guerra, ahora podemos trabajar juntos", rememora Yarledys Olaya, una mujer indígena barí que perteneció al grupo rebelde, ahora ya disuelto.

La guerrilla de las FARC libró una guerra de medio siglo contra las autoridades colombianas, que llegó oficialmente a su fin con la firma de un histórico Acuerdo Final de Paz en 2016.


Marcos Guevara

Integrantes de la comunidad de Tierra Grata en el norte de Colombia conviven en paz y siguen reconstruyendo la conocida como "tierra apacible".

Nueva vida en Tierra Grata

Yarledys Olaya, una de los cerca de 13.000 excombatientes que se comprometieron con la paz en Colombia, comenzó su nueva vida en la localidad de Tierra Grata.

"Me veo aquí en el futuro", dice. "Este proceso no ha sido fácil. Ha habido víctimas de lado y lado, pero aun así he tenido la oportunidad de tener a mi familia. Por eso queremos seguir construyendo la paz, no solo para la población en reincorporación, sino una paz colectiva para el país y la sociedad”. 

En el cercano pueblo de San José de Oriente, los habitantes temían que cuando los excombatientes llegaran a la región habría un resurgimiento de la violencia, pero cambiaron de opinión cuando vieron que solo traían la paz y la voluntad de trabajar en comunitariamente.

Yarledys llegó a Tierra Grata en noviembre de 2016 a bordo de un camión, como la mayoría de los 168 guerrilleros que llegaron allí. Vestía un uniforme de camuflaje, botas, una camiseta negra y llevaba una mochila y un fusil al hombro. Se cubría el rostro con un pañuelo verde por temor.

"Había mucha desconfianza. Éramos reservados, hoscos, y los lugareños nos miraban de otra manera".

“Esta no fue mi decisión personal, fue una decisión colectiva, eso sí, concertada y transparente. Pensé, vamos a seguir construyendo la vida de otra manera, lo bueno es que ya no veré más caer compañeros como me tocó verlos, pero la realidad ha sido otra”.  

Seguimiento del alto el fuego

En un lugar aislado, donde se alzaba un viejo caserío tras una densa vegetación, se despejó un terreno para construir un campamento. A su alrededor había personal del Ejército y de la policía colombiana.

En una zona cercana, las Naciones Unidas levantaron unas carpas donde los expertos que habían supervisado el alto al fuego verificarían la dejación de armas. Entre marzo y septiembre de 2017, la Misión de la ONU en Colombia recibió 8.994 armas de las FARC en todo el país, incluida Tierra Grata.

Se invirtieron seis meses en la construcción del campamento con un total de 168 habitaciones en 18 alojamientos. La idea del Gobierno era que los excombatientes pasaran el proceso de reincorporación allí, para después encontrar un lugar más permanente. Sin embargo, la mayoría se quedó en estas tierras.

Marcos Guevara

Yarledys Olaya (izquierda) trabaja junto a otros excombatientes y pobladores locales para construir una tubería de agua.

Una hija de la guerra, una hija de la paz

En la actualidad, Tierra Grata es formalmente un pueblo en el que viven unas 300 personas, tanto excombatientes como familiares. Algunos nacieron allí y otros simplemente se unieron a sus familias.

Yarledys Olaya dejó a su hija pequeña, Yakana, con un familiar cuando se unió a las FARC y se reencontró con ella en Tierra Grata. Dos años más tarde dio a luz a su otra hija, Yaquelín, uno de los 65 bebés que nacieron en el nuevo asentamiento.

"Yakana es mi hija de la guerra y Yaquelín, mi hija de la paz", dice.

Yarledys junto a sus compañeros, sigue trabajando en proyectos comunitarios, construyendo estructuras permanentes y llevando agua y electricidad al pueblo. "Como mujeres durante la guerra, jugamos un papel fundamental", sostiene, "y ahora, en este nuevo momento, ayudamos a construir la paz, porque sentimos que este proceso es nuestro; por eso estamos dispuestas a contribuir con nuestra última gota de sudor a este futuro".